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MERECEMOS UNA VIDA LIBRE DE VIOLENCIAS

Publicado: 2016-08-03


Recién cuando la matan reaccionan todos los mecanismos públicos, incluso la propia sociedad. Llamadas al teléfono de emergencia, ruido de sirenas, periodistas ávidos de información, funcionariado del Estado que da declaraciones, expertas y expertos que analizan la situación, etcétera.

Pudiendo haberlo evitado, venció la indiferencia: el vecindario que siempre escuchaba los gritos y pensaba que "es un problema personal, no hay que entrometerse"; el policía que hizo como que recibía la denuncia y pensó que "algo habría hecho ella"; algún familiar que le dijo "tienes que aguantar"; las amistades que callaron porque "era en vano hablarle pues siempre regresaba con él" o "ella me pidió que no le cuente a nadie"; el funcionario público que declara "no tenemos presupuesto para asumir la demanda de protección" y la jueza que dejó en libertad al agresor "por falta de pruebas".

Y no sólo sucede en el ámbito de la pareja, también en las calles y hasta en el trabajo. Un hombre que le dice a una niña "si así estás de verde como serás de madura" mientras la gente que pasa a su lado hace como que no escuchó, o simplemente se ríe. O cuando te rozan en el bus porque creen que "tu cuerpo está para ser tocado". Y si te violan tienes que demostrarlo porque "quizá tú lo buscaste" o si producto de esa violación te embarazaron "tienes que tenerlo porque estás atentando contra la vida". O cuando tu jefe o un compañero de trabajo viene y te chantajea porque "si no te dejas perderás tu empleo".

También persisten otras realidades cruentas. Las agresiones sexuales a niñas y mujeres son un instrumento de guerra masivo que prevalece desde la antigüedad y son uno de los crímenes más impunes de la historia porque "son las mujeres del enemigo" o porque "sus cuerpos están para saciar la angustia de los soldados". O cuando para combatir la pobreza se ordena "esterilizar a las más pobres sin su consentimiento, nadie lo notará". O cuando por creencias religiosas se practica la mutilación genital femenina para "preservar un comportamiento sexual adecuado" y "asegurar la virginidad prematrimonial y la fidelidad matrimonial".

Vivimos en un mundo donde la violencia contra las mujeres se ha naturalizado. Se habla de pandemia mundial, de problema de salud pública, de violación a los derechos humanos y se conocen las cifras mundiales y nacionales y aunque asumimos estas reflexiones, la actitud de la mayoría pareciera expresar "así será, qué le vamos a hacer"; "es normal, ella lo provocó"; "pero tuvo la culpa, debió dejarlo ante el primer grito" o "ella lo consintió". Da la impresión que la mayoría en la sociedad se ha resignado o ha aceptado que se puede violentar, asesinar y violar a una mujer con total impunidad. Ni podemos apelar al vínculo filial porque hasta de algunos hermanos, padres y tíos debemos de protegernos.

En la etapa de la niñez amamos el mundo, miramos a nuestro alrededor con atención y curiosidad, confiamos fácilmente, nada nos es indiferente, absorbemos todo como esponjas, y nuestras experiencias marcan nuestro camino. En la adolescencia estamos venciendo desafíos para definir lo que seremos como seres humanos, rechazamos lo que no queremos, lo que no nos gusta y tenemos sueños. En la juventud anhelamos cambiar nuestro contexto, nos enamoramos con intensidad y anhelamos sea un relación saludable y tenemos la osadía y energía para tomar las riendas de nuestra vida.

Sin embargo, la prevalencia de la violencia en estas etapas va minando lo positivo que tenemos y termina por cortarnos las alas. El equivocado amor romántico del "yo sumisa y buena amante y él fuerte, valiente y varonil" o "tú la princesa y él: príncipe que te salva"; los modelos que nos imponen de ser mujer y ser hombre como "tienes que estar guapa para él", "tienes que tener carácter y ser dominante porque a ellas les atrae" o "opérate porque así nunca gustarás"; las ideas de control, de celos, de imposición que nos meten en nuestras mentes como "no llores tú eres un machote""no debes dejarte dominar por una mujer", "tienes que controlar a dónde va y con quién", "cuidado con sus amistades que pueden separarle de ti" o "deja de trabajar porque tú tienes que cuidar a la familia". Esta suma de detonantes son caldo de cultivo para las violencias.

¿Cómo es posible aceptar esta realidad sin reaccionar? ¿Acaso sólo la parte afectada tiene que salir a las calles? ¿Qué harás tú? ¿Estás esperando a que la violencia toque tu puerta o la de una amiga, una hermana, una tía, una vecina, o quizás tu misma madre o una hija para reaccionar? ¿Es este el mundo que quieres legar a las nuevas generaciones?

¿Hasta dónde anhelas que podemos llegar como humanidad? ¿Vas a continuar respondiendo con indiferencia frente a las violencias que vulneran la vida y dignidad de la mitad de la población mundial? ¿Podremos afirmar algún día que hemos evolucionado como sociedad porque vivimos en dignidad y sin violencias? Creo que sí, que es posible.

El cambio empieza en cada persona y se expande a todo su entorno. La marcha del 13 de agosto es señal de que el cambio ya ha empezado, por eso te animo a sumarte para exclamar ‪#‎NiUnaMenos‬ porque toda la humanidad se merece una vida libre de violencias.


Escrito por

Sara Cuentas Ramírez

Periodista, investigadora social y feminista descolonial


Publicado en

Descolonizar

Muñay, yachay, ñoqanchis, kawsay